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El Espirituano

Búfalos salvajes: claves de una cacería

Búfalos salvajes:    claves de una cacería

Las áreas costeras del Complejo Sur del Jíbaro se han llenado poco a poco de búfalos, específicamente los llamados “de pantano”. ¿Cuántos hay? Nadie se atreve a redondear una cifra. Tres mil, dicen algunos; quizás cuatro mil, vaticinan otros. Lo que todos aseguran es que se han convertido en una plaga para la principal entidad agropecuaria del municipio de de la Sierpe, en Sancti Spíritus.

“No tenemos control sobre ellos y están causando grandes perjuicios al cultivo del arroz, que es nuestra producción fundamental”, asevera Vicente Montes de Oca, especialista de ganadería del Complejo Sur del Jíbaro.

“Cada búfalo es como una combinada capaz de devorar con mucha rapidez las espigas de una terraza de arroz”, refiere Willian Rodríguez, montero de la entidad sierpense.

Los búfalos llegaron al municipio de La Sierpe en 1992, y desde entonces se multiplicaron en estado salvaje en unas tres mil hectáreas.  Ahora una veintena de hombres de la Unidad Empresarial de Base Heriberto Orellana, pretende capturarlos.

“Cada mañana cuando voy a partir a atrapar los búfalos no puedo evitar cierto nerviosismo, pero luego, en medio de la manigua, me voy controlando”, confiesa Lázaro González, uno de los monteros que desde el mes de febrero de este año persiguen la masa bufalina extraviada en La Sierpe.

Antes de salir, cada hombre se concentra en lo que puede considerarse casi un ritual: asegurar bien la cincha de la montura, revisar que el lazo esté en perfectas condiciones, y conversar consigo mismo, y a veces con el caballo, para dotarse de toda la confianza que exige el difícil arte de atrapar un búfalo salvaje.

Y es que los jinetes del Complejo Sur del Jíbaro no apresan los animales con arcos, flechas y lanzas, como en las épocas más remotas; tampoco con un rifle de repetición, como llegó a hacerlo William Frederick Cody (Buffalo Bill), cuyas correrías se convirtieron en una leyenda viva de la conquista del Oeste norteamericano; y mucho menos con las armas sofisticados que emplean hoy aquellos que van al África para enrolarse safaris y matar por pura diversión.

En Sancti Spíritus se enlaza a los búfalos como si se tratara de ganado vacuno, y se asumen los riesgos.

“Pertenecí al equipo de rodeo de la provincia y participé en grandes eventos, y puedo asegurar que no puede compararse el enfrentamiento a los toros con la captura de búfalos salvajes, esta es la aventura más difícil en la que he tomado parte”, manifiesta William Rodríguez mientras espera paciente que algún animal salga de maleza.

Minutos después, no uno, sino una decena de animales salen velocísimos, seguidos por varios jinetes que agitan sus lazos durante decenas de metros, para luego lanzarlos con la esperanza de que la suerte los acompañe, si es posible, al primer intento. Casi siempre, algún búfalo es atrapado. Entonces el animal salvaje demuestra todo su poderío.

“Son animales extremadamente fuertes, muy resistentes y dominantes, con una fortaleza muy superior a la de los toros.”, sentencia Julio César Palmero, a quien un búfalo le arrancó la montura recientemente.

“Si caen en el lodo entonces sí sacan mucha ventaja”, apunta Alexei Reyes, uno de los monteros más jóvenes, quien no se explica por qué, cuando caen en el fango, la fuerza de los búfalos se multiplica.

Cuando uno de los animales es apresado, los lazos se tensan hasta casi partirse. No puede un solo hombre doblegar al búfalo. Es preciso un minucioso trabajo de equipo.

“A veces agarrarlos no es lo más difícil, sino trabajar con ellos para paralizarlos”, aclara Yosvani Marín, un médico veterinario que no vaciló cuando le propusieron capturar búfalos salvajes. “Al sujetarlos se te viran, voltean hacia ti, te cortan los caballos y te arrebatan la montura”.

Cuenta Antonio García, otro de los monteros, que varias veces ha tenido que huir y esconderse detrás de algún arbusto o de un marabuzal, y allí esperar la llegada de un compañero. Por su parte, Willian Rodríguez nunca olvidará el día en que perdió su mejor yegua.

“Fue por ayudarle a un compañero que estaba en una situación difícil, se le había virado la montura mientras agarraba solo al búfalo, yo quise apoyarlo, pero el animal dio un tirón y se metió debajo de mi yegua y me la mató”.

Un buen susto se llevó también Yosvani Marín en una de sus primeras jornadas de captura. “Caí debajo de un caballo y el búfalo se detuvo frente a mí, mirándome directamente a los ojos, un momento en que sólo pensé en escapar y, por suerte, había un canal próximo y me lancé a él”.

Cada vez resulta más difícil atrapar a los búfalos, que tienen un finísimo olfato para detectar a los extraños.

“Esos animales ya saben igual que uno”, dice sonriente Antonio García. “Un día están en un lugar, y cuando regresas al otro día ya se fueron, parece que nos perciben a mucha distancia”.

“Al principio salían en la llanura, pero ya no es así, ahora están siempre en la manigua y escogen el lugar donde nosotros no podemos penetrar, hasta se tiran a los canales para evitar ser capturados”, enfatiza William Rodríguez.

A pesar del peligro y esa inusitada inteligencia, los hombres del Complejo Sur del Jíbaro han capturado, desde mediados de febrero, más de 400 búfalos.

“Los que tienen condiciones para ser sacrificados son enviados al matadero que posee el complejo, las hembras aptas para la reproducción van hacia los patios de cría con el fin de multiplicar los ejemplares de la especie, y los machos jóvenes son alimentados hasta llevarlos al peso final de ceba”, explica Vicente Montes de Oca.

Los búfalos domesticados suelen ser dóciles y buenos productores de carne y leche. En Cuba han demostrado su capacidad para reproducirse, y una gran adaptación a las condiciones tropicales, en especial a los períodos de menor disponibilidad de alimentos. Conviene entonces recuperar la masa bufalina que daña los arrozales de La Sierpe, aunque haya que enfrentar a verdaderas máquinas de embestir.

“Estamos dispuestos a continuar hasta que los capturemos a todos”, concluye Yosvani Marín, con el cansancio impreso en el rostro, tras la captura de ocho búfalos en una jornada de trabajo que finalizó, justamente, a las ocho de la noche.

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